miércoles, 25 de febrero de 2015

Historia de las calles 7: Las Cavas (Alta, Baja y de San Miguel), Puerta Cerrada y Cuchilleros.

Placa de Azulejos indicador de la Cava Baja

Las Cavas


La Cava Baja:


La Cava Baja, una de las calles más viejas de Madrid, fue desde el siglo XVII punto de llegada y partida de arrieros y carreteros de las diligencias que trasportaban el correo a los pueblos de la provincia y, más allá, a localidades de Toledo, Segovia o Guadalajara.

Aún en el siglo XX llegaba cada viernes hasta el Mesón del Segoviano, el "Ordinario de Illescas", carromato tirado por mulas (coche de mulas), propiedad de una larga dinastía de carreteros apegados a su oficio desde 1680. Debido a esta afluencia de comerciantes que procuraban poner sus mercancías en los mercados de San Miguel y de la Cebada, y de otros viajeros procedentes del entorno que entraban por esta parte de la ciudad, las Cavas y sus alrededores fueron zona de hospedaje entre los siglos XV y XIX. Así lo atestiguan populares posadas como la de Las Ánimas, la de Vulcano, la del Pavo Real o la de San José. En una de ellas, se alojaron al parecer los asesinos del embajador republicano inglés Antonio Ascham, una partida de cinco ingleses católicos y jacobitas, que se confabularon en Madrid para vengar, en la persona del embajador, la muerte del rey Carlos I de Inglaterra; y que según el viajero monárquico Edward Hyde llevaron a cabo en un hotel de la calle del Caballero de Gracia, donde se encontraban los pocos establecimientos de este tipo que hacia 1650 había en la capital de España.

Vista de la Cava Baja ©Vizuete
También se emplazaron en esta Cava algunas de las casas de comidas más antiguas de Madrid, entre ellas: la de la Villa (1642), la de San Pedro o Mesón del Segoviano (1720) y la del Dragón (1868), más tarde convertidas en restaurantes o tabernas de reclamo turístico. Al comienzo del siglo XXI todavía funcionaban en esta calle establecimientos como el 'restaurante' Casa Lucio, en el mismo lugar donde antes se encontraba el Mesón del Segoviano, nombre popular por el que se conocía la Posada de San Pedro. En el zaguán del casi mítico mesón se le dio al escritor burgalés Francisco Grandmontagne un homenaje en 1921, en el que participaron Antonio Machado y Azorín, entre otros cien personajes de la literatura española y la vida madrileña. En el mencionado zaguán, a mediados del siglo XX todavía podían verse expuestos y emparejados un carro de mulas y un viejo y flamante automóvil fabricado en Detroit.

A lo largo de la Cava Baja, apareciendo y desapareciendo a lo largo de los siglos, existieron otros muchos mesones. Así por ejemplo: el de La Merced, El León de Oro, el de San Isidro o la Posada del Dragón, llamada así por su cercanía a la Puerta de la Culebra.

A los huéspedes sólo podía dárseles habitación y lecho, pues estaba rigurosamente prohibido suministrar alimentos y bebidas, medida que se derogó en 1796. Durante todo el siglo XVII los propietarios pidieron incesantemente que se les permitiera vender paja y cebada para las caballerías. 
Entrada al famoso restaurante "Casa Lucio" ©Vizuete

Hasta el siglo XVII, no asume el papel de lugar de arribo y para de los viajeros modestos
procedentes del Sur y del Oeste de la Península, pues en el Memorial de Pedro Tamayo (1590), apenas destaca por el número de posadas, que pronto llegó a ser incontable. Aparte de las conocidad por los nombres de sus dueño, documentos de los siglos XVII y XVIII mencionan las de las Ánimas, del Pavo Real, de Vulcano, de San José, del Navío, del madroño, del Gallo, de la Soledad, del Pavo, de "Mostro", de la India, del "Abujero" o del "maestro que ha abujas", del Portugués, de la Valenciana y de la Francesa, así como los mesones de la Villa, del Galgo, del Álamo y de la Cruz. En 1833 subsistían y se anunciaban en el Diario de Avisos las posadas del Agujero, del Galgo, de San Isidro, del León de Oro, del Dragón (con salida a la calle del Almendro) y de San Pedro. El visitante actual sólo podrá encontrar los rótulos de las de San Isidro, El Dragón y El León de Oro, con sus zaguanes y patios convertidos en modernos restaurantes y hoteles.
La restaurada "Posada del León de Oro" ©Vizuete
- Antonio Capmany y Montpalau, escribe en su libro "Origen histórico y etimológico de las calles de Madrid" lo siguiente:

Los árabes tenían aquí una mina prolongada por donde entraban o salían a la villa, aunque estuviesen alzados los puentes, como sucedía en ocasión de guerra. Denomináronla Cava Baja por tener la salida por debajo de la puerta que llamaban de Moros, la más importante para ellos por su dirección a la corte de Toledo; los cristianos vivían entonces en los arrabales, fuera de la población. Cuando D. Ramiro II de León, en el año 936, vino sobre Madrid, por esta mina escaparon los árabes y sus familias, llevándose los efectos que pudieron, e igual aconteció en 1083, cuando la conquista el rey D. Alonso VI. Se dice que después, habiendo tomado la villa el moro Alit, que vino por Alcalá, entre otras personas cristianas que salieron huyendo por esta Cava fue una el bendito San Isidro.

   Después se llamó Cava de San Francisco por la dirección al convento que fundó el santo patriarca; pero luego se mandó derribar la Puerta de Moros, y se cerró esta mina por considerarla peligrosa, como guarida de ladrones. Se construyó en ella el Aloli de la villa, esto es, el depósito de granos, cuyo edificio se quemó; y más adelante edificaron una posada que quedó con el nombre de la Villa por haber pertenecido su local al ayuntamiento, lo mismo que la inmediata, denominada del Dragón, nombre puesto por la idea fabulosa de que semejante fiera, colocada en piedra sobre la Puerta de Moros, revelaba la fundación de Madrid por los griegos, que en sus banderas traían un dragón; y así fue que a estos dos mesones o posadas, que fueron pertenecientes a la Villa, se les pusieron sobre la puerta dos escudos de armas del municipio, y a la otra, que también fue de su propiedad, se le puso un león dorado, como emblema de la casa real de Castilla, y por eso se llama del León de Oro. Otros paradores hay en esta calle, porque antiguamente paraban aquí los ordinarios que venían por la línea de Toledo y de otros puntos, y a la calle se la nombró siempre Cava Baja.




La Cava Alta: 

Placa de Azulejos indicador de la Cava Alta
De las dos acepciones posibles de la voz "cava", los que prefieren la de "mina" a la de "foso"pueden dar rienda suelta a su imaginación, como hizo D. Ramón Gómez de la Serna, y suponer que al producirse las dos conquista cristianas, los vecinos árabes huirían "saliendo por el pasillo de la cuenta, con sus churumbeles detrás y con las mujeres cargadas con los petates más astrosos del mundo".
Aunque no se ha librado de la penetración de los restaurantes turísticos, ofrece un ambiente más reposado que la Cava Baja, tanto por la escasez de comercio como por el aspecto de sus viviendas, en gran parte del siglo XIX, entre las que destaca la número 21, construida por el arquitecto Rodrigo Amador de los Ríos a su vuelta de Italia para la Archicofradía Sacramente de San Miguel (1878).
Comienza en una placita de la calle de Toledo, que se llamó antaño de "La Berenjena" por estar allí el berenjenal de la casa de los Ramírez de Madrid, luego huerto del hospital de La Latina, y acaba en la plaza del Humilladero.

- Antonio Capmany y Montpalau, escribe en su libro "Origen histórico y etimológico de las calles de Madrid":

Vista general de la Cava Alta ©Vizuete
La Cava Alta era otra mina igual a la anterior, solo que la boca de salida o ingreso a la villa tenia mas elevación; este terreno pertenecía al ayuntamiento, y gran parte de él compró doña Beatriz Galindo, la Latina, para la construcción del convento de la Concepción Francisca, terraplenando a su costa el foso, llamado también Cava de San Miguel, por la dirección a la parroquia dedicada a este Santo Arcángel. Sobre aquel foso, en un repecho, había una capillita o humilladero de Nuestra Señora de las Angustias, que mandó edificar D. Luis Gaitan de Ayala, siendo corregidor de Madrid, cuya imagen regaló más adelante el ayuntamiento a las religiosas Franciscas, porque estas generosamente dieron a la villa unos cuantos pies de terreno al abrir la calle que se llama Cava Alta, pero a condición de que había de poner en la esquina un retablo con una pintura de la Virgen; así se verificó, permaneciendo allí el mencionado retablo, hasta la época en que fue gobernador de Madrid el conde de Vista-hermosa, que la mandó quitar como todas las demás imágenes que la devoción de muchos vecinos conservaba en diferentes puntos. Este santuario no dejaba de tener algunos recuerdos, porque a la puerta de aquella devota capilla, el joven y galante paje del conde-duque de Lerma, el intrépido y enamorado Rodrigo Calderón, pasaba algunas horas de la noche desesperado al saber que Amalia, la mujer que mas amaba, estaba encerrada en aquel monasterio, y cansado rondaba suspirando las tapias de la huerta; otras veces pulsando un laúd cantaba para que la religiosa le oyese, pero nunca consiguió el verla durante su corta permanencia en aquel convento, del que tuvo que salir porque las religiosas se negaron a que profesara por causa del porfiado amante.



Placa de Azulejos indicador de la Cava de San Miguel




Cava de San Miguel y Cuchilleros

La instalación del gremio de Cuchilleros en este trozo de la antigua cava se justifica por su posición intermedia entre la Herrería y la Carnicería, con la que se comunicada por las escalerillas. Tenían por patrono de su cofradía a Santiago el Mayor y altar propio en la iglesia de San Pedro.
El trabajo de estos artesanos tenía una vertiente artística, ya que además de instrumentos para las tablajerías, fabricaban cuchillos de monte, moharras de lanza, alabardas, cuchillas de archeros y otras piezas, decoradas profusamente con dibujos recortados y calados o grabados a buril, tanto en las hojas como en las guarniciones. Algunos del siglo XVII alcanzaron gran renombre. 

Placa de Azulejos indicador de la Calle de Cuchilleros


Según fueron extinguiéndose, surgieron en su lugar comercios de otras clases, ya desaparecidos casi por completo, como se deduce comparando la pintura que da Galdós en Torquemada y San Pedro con la situación actual: 
"En una y otra acera reconoció, como se reconocen caras familiares y en mucho tiempo no vistas, las tiendas que bien podrían llamarse históricas, madrileñas de pura raza: pollerías de aves vivas, la botería con sus hinchados pellejos de muestra, el tornero, el plomista, con los cristales relucientes, como piezas de artillería en un museo militar; la célebre casa de comidas de Sobrinos de Botín, las tiendas de navajas, el taller y telares de esteras de junco, y, por fin, la escalerilla, con su bodegón antiquísimo, como caverna tallada en los cimientos de la Plaza Mayor"

De tales establecimientos, el único que subsiste, exhibiendo orgullosamente la fecha de su fundación (1725) es el restaurante de los Sobrinos de Botín, cuyos asados típicos constituyen una prueba de la penetración Segoviana. 
La fotografía actual y el grabado decimonónico nos
muestran dos imágenes distintas del Arco de Cuchilleros
uno de los lugares más famosos y característicos del
barrio, lo que ha producido su explotación folclórica
con dudosa autenticidad y acierto. 

A la Cava de San Miguel se la consideró en un principio como una sola vía, junto con Cuchilleros, pero la proximidad a la iglesia de San Miguel de los Octoes determinó su nuevo nombre. Como se dijo, empezó a edificarse paralelamente a la muralla, para cerrar la plaza Mayor y el gran desnivel existente entre ésta y la cava, originó la diferencia de tres plantas que existe entre las dos fachadas de estas casas, que a tal curiosidad sumaron hasta el siglo XX la de ser con sus ocho pisos las viviendas más elevadas de Madrid.

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Una de ellas, que continúa ostentando el número 11, ha quedad inmortalizada en las páginas de Fortunata y Jacinta, de Galdós, cuyo héroe, Juanito Santacruz, tras cruzar la plaza Mayor penetró en lo que para él apareció como un extraño y asombroso paí, en que desde la huevería-portal, que hubo de atravesar pisando plumas y cascarones, hasta "el aspecto lúgubre y monumental, como de castillo de leyenda" de las escalera con peldaños de granito, negros y gastados, todo le produjo asombro y muy en especial la moza del entresuelo, que iba a cambiar el rumbo de su vida y a familiarizarle con aquel ambiente.

Antonio Capomany Montpalau, escribe en su libro "Origen histórico y etimológico de las calles de Madrid":

   Esta calle era un terreno de la muralla que había desde la Puerta Cerrada hasta la de Guadalajara, en cuyo término, según Gaspar Barreiros, había tres o cuatro torres caballero-fortísimas de pedernal fino, y se lamenta de que se estaban derribando en tiempo de los Reyes Católicos. Después se estableció aquí el gremio de maestros cuchilleros y espaderos, que se puede decir que es uno de los pocos que no han abandonado su primitiva estancia; tenían por patrón al apóstol Santiago el mayor, cuya cofradía se estableció en la iglesia parroquial de San Pedro, con su altar propio. La estancia aquí de los cuchilleros fue por la proximidad a las antiguas carnicerías, cuyos puestos o tablas estaban en la Plaza Mayor. En el año de 1790, estalló al principio de esta calle por la escalerilla de piedra el atroz incendio que tantos estragos causó.

  Aquí erigieron su casa los marques de Tolosa, que es la más sólida de aquellos sitios, motivo por el que hizo mucha resistencia al referido incendio. 



Plaza de Puerta Cerrada

Orígenes y evolución

Era ésta, durante la Edad Media, una zona periférica en que el recinto cerrado de la Villa describía una amplia curva, en cuyo centro se alzaba la puerta que se denominó Cerrada, intermedia entre las de Guadalajara y de Moros. Por detrás, el hondo barranco de la calle de Segovia establecía un límite no menos preciso.
Si se admiten las sugestivas tesis de Oliver Asin sobre la formación de un poblado visigótico minúsculo, convertido por los árabes en ciudad en torno a un arroyo matriz, cuyas laderas fueron poblándose sucesivamente, resultarían estos parajes los más antiguos de la urbe. En cualquier caso, es indudable que se trata de una de sus zonas primitivas, que los cristianos repartieron entre dos de las diez colaciones, las de San Miguel de los Octoes y de San Pedro.
Tras la Reconquista, tuvo una población muy diversa, procedente de dos polos: el Alcázar y la Morería. Al primero tendían las agrupaciones familiares de los linajes más esclarecidos, afincados en las actuales calles de la Pasa y del Nuncio, para enlazar con los de la plaza de la Paja, mientras que la costanilla de San Pedro venía a significar una última presencia de los antiguos pobladores musulmanes. La torre mudéjar de San Pedro era, pues, todo un símbolo del contacto entre las dos razas.
Pero el valle que pudo facilitar la instalación de los primeros pobladores también fue causa de problemas, ya que si por otros lados la abrupta cuesta de la Vega o el barranco del Arenal constituían magníficas defensas naturales, aquí la llanura circundante facilitaba los asaltos por sorpresa y, para evitarlos, hubo que construir profundos fosos o cavas al exterior de las murallas.
Puerta Cerrada y la cruz que la preside y que se supone
marca la posición de la antigua puerta ©Vizuete

Cuando fuera de ellas y ante la puerta de Guadalajara surgió un gran foco comercial en la plaza llamada primero del Arrabal y luego Mayor comenzaron a construirse casas a su alrededor y, a partir de 1449, se permitió edificar su ala paralela a la muralla, en la llamada cava de San Miguel, dejando un espacio intermedio sobre el que, desde 1495, se instalaron corrales. Entre 110 y 1511 surgió la hilera de casas adosadas a la muralla y entonces hubo que derribas las tapias de los corrales para permitir el paso, aunque hasta 1567 no se empedró y adquirió verdadero carácter de calle.
Las Actas municipales y los eruditos comentarios de su editor Gómez Iglesias permiten también ya conocer con toda precisión el momento en que se verificó la transformación de la otra parte de la Puerta. En 1502 autorizó el Concejo a doña Beatriz Galindo para que, con determinados requisitos, cegase el trozo del foso que ocupa la actual Cava Baja. 
A comienzos del siglo XVI se inicia, por tanto, el desarrollo del sector exterior, que si ha nacido unos ochocientos años después que el otro, va a tardar muy poco en superar su vitalidad y fama. Puerta Cerrada va a convertirse en la principal "estación término" de Madrid, al confluir en ella la circulación procedente del Noroeste y Sur de la Península llegada por los puentes y calles de Toledo y Segovia, mientras que la del Este entrará por la puerta de Guadalajara. Las Cavas serán el alojamiento favorito de esta masa forastera, constituida en su mayor parte por los labradores concurrentes a las ferias y mercados de la plaza Mayor.
A lo largo de los siglos XVI y XVII van desapareciendo (demolidas o absorbidas) las murallas que separan estos dos mundos tan diversos: casas solariegas de las familias más ilustres y posadas de aldeanos transeúntes, pero ninguno de ellos va a merecer la atención de los novelistas y dramaturgos del Siglo de Oro, cuyos protagonistas favoritos son pretendientes forasteros e hidalgos que se mueven por otros lugares, ya que el eje de la vida cortesana se ha desplazado hacia la calle Mayor, la Puerta del Sol y el Prado.
Tampoco aparecen muestras de protagonismo político, artístico o social en las épocas moderna y contemporánea. Las mansiones nobiliarias van siendo abandonadas por sus propietarios, pero como en su lugar no surgen centros de atracción (laborales, docentes, sanitarios, de esparcimiento, etc.), los vecinos tienen que salir del barrio durante la jornada, regresando a las horas libres. Además, la corta extensión e irregularidad de las calles, lo desigual del terreno y otros motivos, dificultan la existencia de líneas de transportes de cualquier clase, teniendo que recurrir durante decenios al gran centro tranviario de la plaza Mayor y a las que atraviesan las próximas calles de Toledo y de Segovia. De aquí que la sensación predominante para todos los cronistas sea la de aislamiento.
Las únicas visiones reales y directas de muchos lugares ignorados por los demás se las debemos a Galdós, que hizo transitar a sus criaturas por estos vericuetos, pensando en sus remotos orígenes, pero atentos al panorama del día.

viernes, 16 de agosto de 2013

La Paloma 2013


Cartel de las fiestas de
San Cayetano, San Lorenzo
y la Virgen de la Paloma 2013

 Fiestas de La Paloma 2013





Hasta el 15 de agosto se celebran las tres verbenas más famosas y populares de Madrid en la plaza de Cascorro, Lavapiés y La Latina. Aquí podréis ver algunas imágenes de la más importante de estas verbenas, la de La Virgen de la Paloma. 





Por ser la Virgen de la Paloma (seguidillas)

Por ser la Virgen
de la Paloma,
un mantón de la China-na,
China-na, China-na,

Cuadro de la Virgen de la Paloma, poco antes de ser
descolgado por los bomberos de Madrid ©vizuete
un mantón de la China-na
te voy a regalar.


Toma un churrito,
mi niña, toma.
Y no seas indina-na,
dina-na, dina-na,
Y no seas indina-na,
que me vas a matar.

Por ser la Virgen
de la Paloma,
un mantón de la China-na,
China-na, China-na,
un mantón de la China-na
me vas a regalar (te voy a regalar).

Venga el regalo
si no es de broma.
Y llévame en berlina-na,
lina-na, lina-na
Y llévame en berlina-na
al Prado a pasear.



sábado, 18 de mayo de 2013

Historia de las calles 6: Puerta del Sol

Placa de Azulejos indicador
de la Puerta del Sol

Puerta del Sol

La secular encrucijada de la Puerta del Sol enlaza, por un lado, los Jerónimos y el camino de Alcalá con el antiguo núcleo del Alcázar -más tarde Palacio Real- y de la Plaza Mayor; y, por otro, une el sector meridional, a través de las bien alineadas calles de Carretas y de la Cruz, con los dos importantes caminos de Hortaleza y del Alto de Fuencarral. Carácter de encrucijada que aún conserva como fundamental y que se encuentra reflejado tanto en la densidad de tránsito rodado que soporta (en la actualidad poco, ya que está restringido) como en la confluencia de terminales de líneas de transportes colectivos de superficie -llevadas hoy muchas de ellas a las plazas adyacentes: Ópera, Ramales, Santa Cruz, Benavente, Red de San Luis, Santo Domingo- y en el importante centro de la red del Metropolitano y Tren de Cercanías que constituye la estación de Sol.

Entrada al metro en la Puerta del Sol ©Vizuete
Ubicación tan privilegiada es la que le ha deparado su personalidad, obligado a las reformas urbanas -siempre buscando mayor fluidez-, condicionado la utilización de su suelo -hoy exclusivamente dedicado al sector servicios- y relegado a que las gentes la crucen rápidamente, empleándola, a lo sumo, como lugar de cita para, de inmediato, pasar a una zona más tranquila. Ahora la Puerta del Sol no es lugar para estar: ya no hay gradas de San Felipe, ni acogedores cafés, convertidos en rápidas cafeterías de barra o restaurantes en los que domina el fast-food.
Recientes zapaterías, tiendas de confección y de deportes tratan de captar a la riada de clientes que van hacia los grandes almacenes de Preciados y Callao, mientras las tradicionales de abanicos y mantillas mantienen su singular clientela (aunque, en la actualidad, se mantienen gracias al turismo). Las administraciones de lotería atraen a un público fiel que, mientras los reventas vocean sus décimos para el próximo sorteo, hace cola y espera, confiado, en la aventura del azar. El continuo ir y venir de taxis y buses no impide que sean muy numeroso los transeúntes que, rodeados de un incesante entrar y salir por las cinco bocas del metro, permanecen ante los escaparates de los comercios, en las paradas de autobús, en los semáforos o alrededor de los quioscos de periódicos. Para forasteros y madrileños este paso obligado sigue siendo el más vivo resumen de Madrid.

DE PUERTA PERIFÉRICA A CENTRO DE LA VILLA.
Es en el siglo XV cuando, en la cerca de Madrid, surge propiamente la Puerta del Sol. Con anterioridad formaba parte deuna de las zonas más pobladas del arrabal de la Villa, incluso hubo algún momento en que el arrabal terminaba en donde hoy se encuentra la Puerta del Sol: Madrid se iba extendiendo muy lentamente, desde la parte del Alcázar hacia el Oriente, único sitio por el que topográficamente era factible. El caso es que ya en 1478 existía una Puerta del Sol, presumiblemente en el mismo lugar que hoy ocupa. El por qué del nombre ha de atribuirse a que miraba hacia Oriente, hipótesis admitida por todos los cronistas, aunque León Pinelo también indica que en 1520 con "ocasión de las Comunidades para asegurarse esta Villa que los bandoleros y comuneros que infestaban la tierra hizo un foso por la parte en que hoy está el hospital de la Corte y fabricó allí un castillo en que por estar al Oriente o porque fue voluntad del que ordenó la obra se pintó un sol encima de la puerta que servía de entrada común de Madrid por aquella parte"
La puerta del Sol en el siglo XVII ya es el centro indiscutible de la Villa;
 las calles de mayor tránsito confluyen en ella (Plano de Texeira)
La primera descripción que tenemos de la Puerta del Sol data del año 1539, en que fue de nuevo construida para sustituir a la antigua. No tenía carácter monumental alguno, sino defensivo: de ladrillo y cal, y en lo alto, rematada por seis almenas. Durante poco tiempo cumpliría su función, pues el crecimiento de Madrid desde 1561 -año en que se instala la Corte- es cada vez mayor, circunstancia que explica el hecho de que la cerca, construida en 1566, abarque hasta más allá de la Puerta del Sol, y es verosímil que por esta fecha fuera demolida aquella puerta "con anchura suficiente para que pasasen dos carros a la vez"
La Puerta del Sol pierde su carácter periférico y, poco a poco, ocupando una posición central, empezarán a surgir en ella grandes construcciones: en 1560 comienzan las obras de la iglesia del Real Hospital de la Corte y, también por este época, las de San Felipe el Real y las de Nuestra Señora de la Victoria. durante casi tres siglos presentó un tiple aspecto: el de punto central de la ciudad -disputándoselo a la Plaza Mayor, aunque ésta siempre la superó por su espacio regular y organizado, en estética y lugar simbólico-, el de núcleo de máxima actividad vital y lugar principal de todas las efemérides cortesanas y religiosa.
El viernes santo de 1568 sale por primera vez de la iglesia de la Victoria la Procesión de la Soledad, con más de dos mil "penitentes de sangre" y más de cuatrocientos "de luz"; lo mismo ocurría con la llamada de los Ajusticiados, que consistía en trasladar los restos de los reos -esparcidos por los caminos- primor al hospital de Antón Martín, y el Viernes de Pasión al convento de la Victoria, en donde recibían sepultura. Aún había otra importante procesión que salió por vez primera en 1570, el Domingo de Resurrección, antes de amanecer. Por un lado, salía de la iglesia de la Victoria la Virgen de la Soledad y, por otra puerta del misma iglesia, "el santísimo Sacramento acompañado de muchas luces, señores y cofrades, y todas la religiones con albas, estolas y collares de oro y piedras, que como era de noche lucían mucho:"; ambas se encontraban en la Puerta del Sol, desde donde, descubierta la imagen de la Virgen, regresaban a la iglesia.
Los acontecimientos cortesanos también se celebraban con gran esplendor y pompa. El domingo 26 de noviembre de 1570 entraba por primera vez en Madrid Ana de Austria, esposa de Felipe II, y Madrid la preparó un fastuoso recibimiento. La Puerta del Sol fue engalanada con un "arco con vistosa traza, grandes figuras y suntuosa fábrica, en que las principales eran dos de a 27 pies pies que significaban a España y las Indias ofreciendo cada una su reino". Mas el recinto no decía estar en muy buen estado cuando veinte años más tarde aquel monarca ordenaba a la Junta de Urbanismo que se continuara la urbanización desde la Puerta de Guadalajara (en la calle Mayor con Milaneses) hasta la Puerta de la Pestilencia, nombre que también debía recibir la del Sol por encontrarse en ella el hospital de la Corte.
No faltaban edificios singulares: el hospital de Corte e iglesia del Buen Suceso, los conventos e iglesias de San Felipe el Real y de Nuestra Señora de la Victoria y la capilla de la Soledad, todos ellos hoy desaparecidos, merecen les dediquemos un recuerdo detallado.

REAL HOSPITAL DE LA CORTE E IGLESIA DEL BUEN SUCESO
Día festivo de 1773. Al fonto la fuente de "la Mariblanca"
y las iglesias del Buen Suceso y la Victoria.
 Pintura de Luis Paret. Museo Nacional de la Habana, Cuba.

Para algún cronista la fundación del Real Hospital de la Corte se remonta a 1438, pero es más probable que lo crearan los Reyes Católicos en 1489 con el fin de que se sirvieran de él los criados de la Real Casa y los soldados pobres; Carlos I, en 1529, obtuvo del Papa Clemente VII una bula que le otorgaba carácter oficial. La construcción en Madrid, entre la calle de Alcalá y la carrera de San Jerónimo, de una enfermería y una capilla no comenzó, sin embargo, hasta 1560,y con muy lento ritmo. No disponemos de noticias ciertas hasta que en 1590 se decide rehacerlo, dada la situación de ruina en que se encontraba; y aunque las obras, por falta de dinero, avanzan con lentitud, no obstante en 1599 se mantenían de cincuenta a sesenta  camas. Por fin, en 1628, quedan concluidas la iglesia y el hospital. La primera era de planta de tres naves y con capillas laterales; y la fachada, de piedra berroqueña, con columnas que sostenían un entablamento de orden dórico, ostentaba una hornacina con la imagen de la Virgen. A la fachada se anteponía una pequeña lonja. Su interior lo constituía un gran retablo en la capilla mayor -dedicada a San Andrés-, obra de Pedro de la Torre (1637), en el que -en 1640- se puso un camarín para albergar la imagen de la Virgen del Buen Suceso, donada a la iglesia en 1611 por el Hermano Mayor de la enfermería, Gabriel Fontanet, y puesta en una de las capillas laterales. Del camarín, de exuberante barroquismo, se ha escrito "que, emboscados los ojos, se pierden como en laberinto"; seis capillas más completaban el interior. La parte dedicada a hospital, compuesta de salas "capaces, hermosas, claras y limpias", estaba cubierta por bóvedas de medio punto, y las fachadas adornadas con balcones y rejas. A finales del siglo (1697) la iglesia, amenazada de inminente ruina, fue reedificada por José del Olmo. En esta reconstrucción aumento su longitud mediante la ampliación de la nave en detrimento de lo que antes fuera lonja. Las posteriores reformas tan sólo consistieron en cerra el pórtico con una reja, pues estaba "expuesto a la contingencia de que la liberta y poco temor de Dios de la juventud pudiese ocasionar algunos escándalos y pecados"; en 1713 se construyó una nueva lonja. Su interior albergaba destacados lienzos de Pedro de Valpuesta y las pinturas del patio fueron realizadas en 1693 de acuerdo con lo ideado por Antonio Palomino. Años después, saqueada la iglesia y destrozados su retablos durante la Guerra de la Independencia,  hubieron de ser encargados otros nuevos en 1832. En otra ocasión se varía la silueta del frontón de la fachada, en donde se añade un nuevo reloj, iluminado por gas.
Nuestra Señora del Buen Suceso centró gran parte de la devoción de los madrileños, continuada cuando en 1868 se consagró el nuevo templo de la calle de la Princesa, también hoy desaparecido.

SAN FELIPE EL REAL Y "EL MENTIDERO"
Iglesia y convento de San Felipe el Real. Fundado en 1547 y
demolido en 1838 por aplicación de las leyes desamortizadoras.
Las gradas de San Felipe fueron lugar de encuentro de todos los
desocupados de la Villa y Corte, el más popular de sus mentideros.
Ilustración litográfica de J. Cebrián. 
En la calle Mayor, entre las del Correo y Esparteros, se fundó en 1547 el convento de San Felipe el Real, de la Orden de los Agustinos Calzados. Reedificada con motivo del incendio que sufrió la iglesia en 1718, sólo se conservaron del antiguo templo las portadas exteriores. La principal, enmarcada en un arco de medio punto, tenía un primer cuerpo de orden dórico y, como metopas, medallones con los doctores de la Iglesias y el escudo de la Orden. El segundo cuerpo, de pilastras jónicas rematado por un frontón triangular, contenía una hornacina con la imagen de San Agustín; similares eran la portada lateral y la que daba acceso al convento; y en la hornacina de la iglesia se encontraba una escultura de San Felipe Apóstol, obra de Manuel Pereira. El retablo perdido en el incendio era de Patricio Caxés, con esculturas atribuidas a Pompeyo Leoni; el nuevo lo construyó Churriguera. En el interior, además de los sepulcros de Fernando de Somonte, contador de Carlos I, y de su mujer Catalina Reinoso, se hallaban entre otras, según Ponz, obras de Luis Meléndez, Andrés de la Calleja, Juan de Mena, Ricci, Francisco Camilo, Francisco Herrera el Mozo, un San Agustín de José Ribera y una capilla de Pedro Arnal.
Mención aparte merece el claustro, ponderado por todos los críticos y, en opinión de Ponz, "una de las mejores obras que hay en Madrid". Constaba de dos plantas, con veintiocho arcos cada una, todo ello en granito cárdeno y orden dórico. En el centro una fuente de mármol completada el conjunto de gran influencia escurialense. El claustro se comenzó en 1600, siguiendo las trazas de Andrés de Nantes, corregidas después por Francisco de Mora; Martín de Cortaire terminaba en 1619 la parte adosada a la iglesia y su padre, Mateo de Cortaire, construía la escalera; el frente del mediodía  lo realizaron, hacia 1650, Pedro y Gaspar de la Peña. Los muros estaban decorados con cuadro de José García, Francisco Ribalta, Eugenio Caxés y Antonio Arias.
La gran popularidad que consiguió fue debida a que la lonja alta que rodeaba al tempo -las gradas de San Felipe- fueron durante dos siglos lugar de cita de todos los desocupados de la Villa y Corte, lo que se llamó el mentidero. Lugar de reunión de pícaros y soldados, en donde se comentaba o inventaba la actualidad, de allí brotaban las patrañas "como bola de nieve que después recorría la ciudad" o, en palabras de Vélez de Guevara, "de él salen las nuevas primero que los sucesos". No son escasos los testimonios literarios de la época; Agustín Moreto, por boca de uno de sus personajes, dice: "Mas yo con estas gradas me consuelo / de San Felipe, donde gran contento / es ver luego crecido lo que miento... / Por la mañana yo, al irme vistiendo, / prendo una mentirilla de mi mano / vengo luego y aquí la siembreo en grano, / y crece tanto, que de allí a dos horas / hallo quien con tal fuerza la prosiga, / que a contármela vuelve como espiga." Imposible no recordar el mundo quevedesco o sucesos como el del asesinato del conde de Villamediana, en el que se rumoreaba la complicidad del mismo rey.

IGLESIA DE NUESTRA SEÑORA DE LA VICTORIA
Iglesia y convento de la Victoria y capilla de la Soledad,
según dibujo y litografía de E. Lettre.

El tercer monumento arquitectónico que marcaba el aspecto físico de la Puerta del Sol era la Iglesia y el convento de la Orden de los Mínimos de San Francisco de Paula. Fundado por fray Juan de Vitoria, provincial de la Orden, según licencia real expedida en Toledo en 1561, se edificó sobre los terrenos donados por Miguel de Cerezeda y Salmerón y Catalina de Vitoria, viuda del capitán Pedro Gaitán, situados en la carrera de San Jerónimo, frente al Buen Suceso. La portada de la iglesia, obra del maestro de cantería Sebastían Sánchez (1597), mereció que Ponz -fustigador de la estética barroca- le atribuyera el calificativo de "malísima cosa" si bien "razonable" la escultura que la acompañaba. La obra de "la torre nueva" estuvo a cargo de Juan de Aguilar († 1646) El interior contenía seis retablos; en el de la capilla mayor, realizado en 1600 por Antón Morales, figuraban las esculturas de Santa Catalina, Santa Lucía, Santa Águeda y Santa Polonia. Además de las de Cristo, San Juan y la Virgen, y relieves con la vida de San Francisco de Paula. Otro de los retablos se debía al escultor Juan de Porres y al pintor Gabriel Montes. Lo completaban cuadros de José Donoso, Antonio Palomino y Eugenio Caxés. También había algunos retratos realizados por fray Matías de Irala, religioso del mismo convento, grabador de láminas y autor del Método sucinto y compendioso de cinco simetrías.
Anejo al convento se construyó, en 1616, la capilla de la Soledad, quitando parte de la portería y parte del refectorio, con sus tres naves, crucero y capilla mayor, presbiterio y altares colaterales. El retablo, probablemente del entallador y arquitecto toledano Toribio González y del pintor madrileño Francisco López, contenía la famosa talla de la Virgen de la Soledad, una de las imágenes mas veneradas por el pueblo madrileño, obra de Gaspar Becerra; reducida a la cabeza y a las manos y completada con ricos ropajes, se perdió para siempre en 1936. 

LA FUENTE DE "LA MARIBLANCA", TESTIGO DE TODA UNA ÉPOCA.

En el siglo XVII la Puerta del Sol ya es el centro indiscutible de la Villa -el plano de Texeira lo muestra fehacientemente -, además de ser el lugar más concurrido de toda la Corte: gentes de toda condición social se acercaban a los tenduchos de calzas y juguetes que se abrían bajo la lonja de San Felipe, o a las múltiples librerías que la rodeaban. Incluso entre la calle Mayor y Arenal se encontraban las casa de mancebía, que más tarde se trasladaron a la del Carmen.
El ambiente alrededor de la fuente de "la Mariblanca"
-aguadores, clérigos, damiselas.. - captado, hacia 1833
por el artista y viajero ingles John Lewis (1805-1876).
Pero donde la plaza tomaba una especial animación era alrededor de la fuente que había frente al Buen Suceso. En los primeros años de aquel siglo se construyó una muy modesta, pero pronto la municipalidad edificó una nueva: la conocida popularmente por "la Mariblanca". Se encargó inicialmente a Juan Gómez de Mora, mas a la postre el proyecto y el modelo lo haría en 1618 el escultor italiano avecindado en Madrid Rutilio Gaci; las obras fueron muy lentas, de un pilón circular y sobre un pedestal octógono, se levantó, airosa, la fuente más popular de Madrid. Los chorros de agua salían por una máscaras de bronce rodeadas de escudos de armas de la Villa y cartelas de mármol blanco. En la parte superior unas tazas rebosaban el agua que unas arpías arrojaban por los pechos, entre los escudos con las armas reales. Todo el conjunto, de cerca de cinco metros de altura, iba coronado por una peana sobre la que se alzaba la alegoría de la Fe, quizá traída de Italia, y pronto conocida por "la Mariblanca".
Durante el siglo XVII estuvo sometida a diversas reformas: en 1726 fue el "reparo y reedificación", según trazas de Pedro de Ribera, maestro mayor de fuentes; durante la segunda, en 1781, se rehizo el pilón. Después de más de dos siglos de estancia en la Puerta del Sol, en 1838, la comisión de fuentes decide suprimirla por "estar en muy mal estado y constituir un estorbo"; la fuente fue demolida y el pilón y "la Mariblanca" aprovechados para la fuente de la plaza de las Descalzas. Cuando, en 1894, se suprime también esta fuente, comienza la danza de "la Mariblanca", primero a los almacenes de la Villa, después (1914) al parque del Retiro, posteriormente al Museo Municipal, luego (1969) al Paseo de Recoletos, de donde volvió a ser retirada, debido a los daños causados por el vandalismo, para pasar (después de ser restaurada) al Museo de Historia de Madrid. Actualmente se encuentra en la Casa de la Villa. 
La fuente de "la Mariblanca" fue testigo tanto de las alegrías como de las tristezas que vivió el pueblo madrileño durante los años de crisis que coinciden con los reinados de Felipe IV y Carlos II. Fastuosa fue la procesión organizada con motivo de la inauguración del nuevo altar de la Virgen del Buen Suceso. Se erigieron en Madrid ocho altares, dos arcos de triunfo y dos portadas. El frontispicio de la iglesia del Buen Suceso se adornó con la "colgadura célebre de las fuentes, reposteros ricos y uniformes de los duques de Lerma". 
No sería tan risueño el espectáculo que mostraba la Puerta del Sol durante los meses de Junio y julio de 1649 cuando por allí pasaron innumerables procesiones de penitencia, rogando para que la peste -que ya asolaba Andalucía- no llegara a Madrid. Miles de fieles participaban en estas procesiones nocturnas, que se sucedían unas a otras, con cruces, calaveras, andando de bruces o simplemente con una vela y descalzos. Pero la vida en la Puerta del Sol continuó su ritmo: en agosto de aquel año, y ante la admiración general, pasaba el embajador del Gran Turco; se siguen manteniendo frente a la lonja del Buen Suceso "indecentes concurrencias y conversaciones", mientras los aguadores de "la Mariblanca" apagaban la sed de los madrileños.

EL SIGLO DE LOS ILUSTRADOS. LA CASA DE CORREOS.
Vista de la Casa de Correos con "la Mariblanca" al frente ©Vizuete

No obstante los múltiples cambios por los que ha atravesado, es posible reconstruir, con visos de certidumbre, la imagen que presentaba antes de las grandes reformas del siglo XIX. Según los planos y estampas de la época, no rea sino una plazuela, circundada por un caserío bastante regular, con edificios de cuatro a cinco plantas, alguno de ellos diseñado por Juan Bautista Saqueti; como nota dominante ostentaba ser el lugar "más concurrido de Madrid", al decir de Ventura Rodríguez, pues tenía el carácter de paso obligado, en el que se central el comercio; durante el siglo XVIII se localizaron en la plaza no menos de once librerías, y en 1759, aparte de los conventos de San Felipe el Real y de Nuestra Señora de la Victoria, el hospital e iglesia del Buen Suceso y el colegio de la Inclusa, se contaban más de treinta comercios, entre ellos la Real Fábrica de Medias, un espadero, un joyero, zapateros, librerías, botica, ebanistería, figones, barbería, panadería, mercaderes de paños... y, junto a la fuente de "la Mariblanca", cajones para la venta de carnes, tocinos y verduras; los de frutas hallábanse junto a la Victoria, mas los tenduchos de San Felipe.
En las grandes solemnidades cobra una nueva visión: los balcones son engalanados con colgaduras de múltiples colores y se levantan efímeros monumentos, como en el caso de la exaltación de Carlos III al trono, cuando la fuente de "la Mariblanca" se rodeó de una rotonda compuesta de ocho columnas terminadas en unas ninfas que sostenían guirnaldas de laurel.
En este escenario se acordó construir una nueva Casa de Correos, que también debería servir "de mucho ornato y policía" a la plaza. Desde 1756 a 1760 Ventura Rodríguez se ocupó en dirigir los trabajos de derribo de las dos manzanas, con un total de veintitres casas, para preparar el solar donde se habría de alzar el nuevo edificio, levantado según los planos que presentó el arquitecto francés Jaime Marquet, académico y director honorario de la Real de Bellas Artes de San Fernando, quien llegó a España al servicio de los duques de Alba para quienes construyó el palacio de Piedrahita (1755-1756), trabajando más tarde para el Palacio de Aranjuez. El proyecto de Marquet fue alterado por el conde de Aranda, fundamentalmente en la zona destinada a la escalera, pues habilitó una parte del edificio como cuartel de una guardia de Prevención, sospechando futuras algaradas populares, ya que la Puerta del Sol había tenido un destacado protagonismo en los sucesos del Motín de Esquilache.
La Casa de Correos, que durante los años del franquismo y hasta aproximadamente el año 1984 ha sido Dirección de la Seguridad del Estado, de triste recuerdos; en la actualidad es -tras la llegada de la democracia-  la sede de la Presidencia de la Comunidad de Madrid, ha llegado a ser uno de los edificios más característicos de Madrid, es de planta rectangular y comprende dos patios porticados de granito sobre los que se ordenan las distintas dependencias que, al correr del tiempo, han sufrido diversas transformaciones. La fachada principal -recorrida al igual que las laterales por un zócalo de granito- está formada por cinco cuerpos ordenados simétricamente. El central, de almohadillados sillares de piedra caliza, comprende la puerta principal, de arco de medio punto con un medallón de Hércules sobre la clave, flanqueada por dos vanos; a la que se superponen tres vanos de sencillas molduras y un recuadro con guirnalda sobre cada uno de ellos, que dan lugar a un volado balcón corrido apoyado en cuatro grandes mésulas de cabeza de león que sostienen una argolla con la boca. La cornisa es rematada por un frontón triangular que ostenta el escudo real con leones y trofeos, obra, al igual que el resto de la decoración, del escultor Antonio Primo. En un plano algo inferior, los cuerpos intermedios, de tres plantas -bajo, entresuelo y principal- y cinco vanos cada una, que en las dos últimas forman balconcillos; los paños de ladrillo visto contrastan con la piedra caliza del enmarcado de los vanos y proporciona a todo el conjunto una austera decoración geométrica. Los cuerpos extremos de la fachada, de aparejo pétreo y una sola fila de vanos, repite en la planta principal la decoración  de guirnalda y enlazan con las fachadas laterales por medio de un chaflán curvo; en dichas fachadas se repite la misma composición que en la principal, pero suprimiendo el cuerpo central. Las tres fachadas son recorridas por una cornisa a la que se sobrepone un antepecho en el que alterna el ladrillo con la piedra. La fachada que corresponde a la calle de San Ricardo es toda de ladrillo, sin ninguna decoración, en la que monótonamente se abren los vanos. Es, pues, de un estilo ecléctico entre el rococó y el neoclásico.
Templete de la Casa de Correos con el famoso reloj
y bola ©Vizuete
En 1847 dejó de prestar servicio como Casa de Correos y fue ocupado por el Ministerio del Interior, siéndole añadida una torreta metálica para el espejo telegráfico, más tarde suprimida. Al quedar la plaza sin reloj cuando fue derribado el Buen Suceso, se puso al mismo en la fachada; en 1866 se instaló el actual, obsequio del relojero Losada, lo que motivó la construcción que hoy presenta sobre el frontón, desvirtuando al resto del edificio. Más tarde se levantó el templete que cobija a la no menos famosa bola que desciende al dar las doce campanadas.



Fuente: Madrid, 1980 (Espasa Calpe)

jueves, 31 de enero de 2013

Historia de las calles 5: Ribera de Curtidores y la zona de "El Rastro"

Placa de Azulejos indicador
de la Ribera de Curtidores

Ribera de Curtidores y "El Rastro"

En lo que es el Rastro y sus alrededores no hay más que una calle amplia que es como un gran río al que afluyen riachuelos de poco volumen y estrechez de cauce, calles muy traídas y llevadas por la fama de sus casticismo. Casticismo, en el que la Ribera de Curtidores no se queda atrás, al contrario, está a la cabeza de los castizales y lo ha estado siempre. Y este puesto se lo ganó a pulso. Probablemente es la calle madrileña más conocida en todo el mundo, porque muy raro habrá sido el extranjero que no se haya dado una vuelta por El Rastro, sobre todo, si su estancia en la villa coincidió con un domingo. Las mañas de los domingos, la ribera de curtidores abre sus salones. Saca sus trastos a la calle y le salen al paso al visitante. Trastos viejos y nuevos, porquería y ricos objetos de toda clase. Pocas gangas. Mucha baratija camuflada y sin camuflar. Profusión de antigüedades de antes de ayer que dan el pego a los ingenuos.
Puesto de venta en plena Ribera de Curtidores. ©Vizuete

El Rastro, la Ribera de Curtidores especialmente, es un inmenso salón que encierra un aire semejante a las estancias donde se juega a juegos de azar. La ruleta, pongo por el más atractivo, con su aliguí de pagar el pleno, esto es, el acertar un número, treinta y cinco veces la cantidad arriesgada. En el Rastro, el ganar un pleno es algo como encontrar un objeto de auténtico valor desconocido por el vendedor. Como es de suponer, el adquirir una pintura de Goya por 10 Euros o un Greco por 15 pavos, es algo que ha pasado para no volver. 

El Rastro actual es una palpable demostración de la enorme fuerza que conserva la literatura. Todo en El Rastro de hoy es literatura. La mayoría de la parroquia acude por sugestión literaria. Compran inutilidades por el afán de decir "Fijaros lo que compré el domingo en El Rastro. De esto ya no se ve por el mundo..." Y a los pocos días se lo encuentran en un escaparate de la calle de Serrano. 

Puesto de venta de regalos. ©Vizuete
La Ribera de Curtidores no deja de tener interés fuera de la bulla de las horas comerciales. El silencio se pasea por su ámbito, envuelto en soledad. Soledad y silencio que, si nos detenemos, nos traen unas resonancias de ruidos lejanos, como gritos amortiguados. Nos traen unas como sombras que se agitan a nuestro alrededor. Sombras que suben y bajan por la cuesta de la ribera, que primitivamente fue acomodo de los curtidores de las pieles que procedían del matadero de cerdos, situado en lo que hoy es plaza de Vara del Rey, antiguo cerrillo del Rastro, que es un altozano que se elva al comienzo de la Ribera.
Monumento a Eloy Gonzalo "Cascorro" ©Vizuete

Más que Ribera debiera llamarse cuesta de los Curtidores porque su desnivel desde la cabecera a la 
Ronda de Toledo es bastante pronunciado. Tal vez una de las cuesta más pinas que quedan en Madrid. A mí más me complace subirla que bajarla. Ascender despacio con la mirada vagabunda escudriñadora de las fachadas de las casas y el interior de los comercios, todos acogidos al tipismo de la típica barriada de los Madriles. Allí, en lo lato, se columbra como un faro la estatua de Cascorro, monumento que no se sale de lo vulgar y que, sin embargo, es como una especie de diosecillo titular y protector de un pedazo de la villa. 


Placa de azulejos indicador de la
Calle de Embajadores

Calles de Embajadores, San Millán y de Las Maldonadas


Después de la Ribera de Curtidores, la más importante calle del Rastro es la de Embajadores, que antaño terminaba en el portillo del mismo nombre, hoy prolongada hasta el conocido por barrio de la China. En la calle de Embajadores, antañona y clásica, tres grandes edificios, muy dispares, descuellan del restante caserío, formado por alguna casona nobiliaria y casas de vecindad de arquitectura tirando más a lo humilde que a lo suntuoso. Estos tres edificios son: la iglesa de San Cayetano, la Inclusa y la antigua fábrica de tabacos. Barroca la iglesia, con arreglo a estilo barroco creado por José Churriguera y Pedro Ribera. De trazo sencillo y exento de arrequives la Inclusa y la antigua fábrica de Tabacos. 
Iglesia de San Cayetano ©Vizuete
Churriguera y Ribera, sobre todo el primero, fueron los más ilustres propagadores del estilo barroco en las obras arquitectónicas que realizaron en Madrid. Uno se queda perplejo. Uno no sabe a qué carta quedarse. ¿El barroco es feo o bonito? Lo barroco ha sido ensalzado y denigrado con excesiva pasión desde el mismo momento que se extendió por Madrid. Quizá sea ahora -hablo de un ahora de hace años- cuando su valoración le es más favorable. Un madrileño, dedicado  con amor y conocimiento al progreso y embellecimiento de su Madrid, que entonces no pasaba de ser un poblachón, Ramón de Mesonero Romanos, denigra al barroco a lo churrigueresco, como entonces se le motejaba, con grande encono y saña. La portada del Hospicio de la calle de Fuencarral le parecía horrorosa. Hoy rinde la admiración de los más y de los mejores. Lo barroco de San Cayetano no se puede apreciar bien por lo angosto de su emplazamiento, pero su traza es una de las más interesantes de los templos madrileños.
La fábrica de Tabacos se construyó en 1790 para la producción de licores y aguardientes de efímera vida, pues no llegó a los veinte años, puesto que el día 1 de abril de 1809 se inauguraba la elaboración de cigarros, cigarrillos y rapé, y no se crea que con poco empuje, pues 800 obreras constituyeron la plantilla de la nueva fábrica. Pronto estas operarias tabacaleras fueron famosas en Madrid por sus arrestos y brío de mujeres de rompe y rasga que tanto juego dieron en los Madriles románticos del siglo XIX. El fin del romanticismo fue también su final. La mujer de rompe y rasga rompía entuertos, rasgaba malandanzas. Eran bravías y tiernas a la vez. Amparadoras del débil, arremetían al fuerte. Las cigarreras formaban un grupo social aparte. Se amotinaban con facilidad. Reinaban a su manera en los barrios bajos, singularmente en éste del Rastro. Daban que hablar a los periódicos. Daban que hacer a los "guindillas", los guardias de aquella época, mitad de sainete, mitad dramáticos... Y ahora han caído en el olvido, en el anónimo, en lo gris de un menester laboral. Por la calle de Embajadores, a la salida de la fábrica, ya no circulan en bandadas algareras con ínfulas de poderío y talante de reinas de lo popular. La anulación de la personalidad, su entrega papanatista a lo extranjero, terminaron con lo picaresco y lo pintoresco de la majeza de las cigarras. Actualmente, la antigua fábrica de tabacos, que fue cerrada a finales del pasado siglo, se convirtió en el año 2007 en Centro Nacional de las Artes Visuales, los grandes espacios de la planta baja y sótanos del edificio han sido divididos en dos áreas. Una de ellas (TABACALERA, espacio PROMOCIÓN DEL ARTE) es gestionada por la Subdirección General de Promoción de las Bellas Artes del Ministerio de Educación, Cultura y Deporte, que desarrolla un programa permanente de exposiciones temporales y de actividades en torno a la fotografía, el arte contemporáneo y las artes visuales. El resto del espacio, ha sido cedido por el ministerio al Centro Social Autogestionado La Tabacalera de Lavapiés, donde se lleva a cabo una programación cultural de diversa índole.

Placa de azulejos indicador de la
Calle de San Millán

Calle de San Millán, 


Comprendida en el cortísimo trayecto de la plaza de Cascorro a la calle de Toledo. Desde el siglo XVI hasta el 1868 existió en esta callecita, primero una ermita y luego una iglesia dedicada a San Millán. Arquitectónicamente, tanto la ermita como la iglesia eran poca cosa. La iglesia cobijó una escultura de Jesucristo, conocida por el Cristo de las Injurias. Una leyenda aseguraba que una familia de judíos se entretenía en dirigirle insultos, blasfemias, vejámenes de toda índole, terminando por prenderla fuego, destruyéndola. Los fieles encargaron otra y guardaron en el cuerpo de la nueva las cenizas de la quemada. Cuando la revolucíon de 1868, que derribó del trono a Isabel II, le tomó el gusto a los derribos y destrozó templos y conventos. Una de las iglesias que desaparecieron fue la de San Millan y en su solar se edificó una casa, y en ella se abrió el café de San Millán, uno de los más bonitos que han existido en la villa y que fue refugio de tertulias femeninas, formadas unas por cigarreras y otras por verduleras del vecino mercado de la Cebada. 
El café de San Millán resumió en los años de auge de su vida el ambiente de toda la barriada del rastro. Su concurrencia era heterogénea y al mismo tiempo uniforme. Allí estaban representados todos lo tipos que por el Rastro deambulaban y que aqué sería prolijo enumerar y que, relacionada está, de manera insuperable por D. Ramón Gómez de la Serna. Compradores y vendedores se mezclaban, pero no se confundían. Compradores y vendedores que nada tenían que ver con los que compraban y vendían en los comercios corrientes. Un vendedor del Rastro se estima un artista porque vende cosas absurdas. Por ejemplo, tornillos mohosos y desgastados. ¿Para qué sirve un tornillo mohoso y desgastado? Absolutamente para nada. ESto lo sabe todo el mundo, menos los compradores y vendedores del Rastro. 

Placa de azulejos indicador de la
Calle de las Maldonadas

Calle de las Maldonadas

Bien cortita es esta calle, que une la plaza de Cascorro con la calle de Toledo, la más directa comunicación del mercado de la Cebada con el Rastro. Por esta razón su bullicio es muy intenso durante el día. La calle de las Maldonadas no se parece en nada a la carrera de San Jerónimo y, sin embargo, la recuerda en el trajín de la gente que va y viene.
Las Maldonadas fueron dos hermanas, beatas las dos, y muy corretonas, siglos ha, por estos andurriales. Esta clase debeatas hace ya tiempo que desapareció. ¿Qué papel representaban? Rezar, chismorrear, zascandilear infatigablemente. Vestidas de beatas, un pergeño inventado por ellas, mitad seglar, mitad monjil. Pertenecián a la Venerable Orden Tercera. Tenían fama de lindos semblantes, que ocultaban con espesos velos.
Grafiti realizado en la valla que separa el solar del antiguo polideportivo
y la plaza de la Cebada. ©Vizuete

Un mozo de cuerda, de los que ya tampoco existen, y que antes pululaban por el Rastro para acarrear los portes voluminosos y que en cuanto le salía uno, se bebía su importe, modestísimo importe, más que de prisa encogorzándose rápidamente y se iba a la calle de las Maldonadas, según él, a echar un párrafo con las dos beatas. Y a al volver a la taberna decía con mucho aplomo:
-Me han dicho las Maldonadas que por el cielo no ocurre novedad, que todo está tranquilo y que San Pedro lleva unos días de buen humor... Chico, ponnos de beber. Son buenas mujeres las Maldonadas.
Este mozo de cuerda era de los mejores tipos del Rastro.
Placa de azulejos indicador de la
Plaza del General. Vara del Rey 

Cerrillo del Rastro. 

Lo que hoy es plaza del general Vara de Rey -que se distinguió en la guerra de Cuba- y se denominó hasta principios del siglo XX Cerrillo del Rastro. Y un cerrillo es, en efecto, al que es preciso subir un buen trecho si se parte de la Ribera de Curtidores. La plaza no es pequeña. Desde los balcones del edificio municipal, allí construido, se domina todo el Rastro y se puede comprender cómo es la configuración de este paraje tan madrileó.
Edificio municipal, antigua Casa de Socorro y actualmente escuela
mayor de Danza. © Vizuete
Según la autorizada opinión de un competente estudioso de temas matritenses, el ilustre director de la Hemeroteca Municipal, Miguel Molina Campuzano, el ámbito del Rastro empezó a poblarse en el siglo XVI. Y dice Molina Campuzano:
"Se trató de uno de los barrios modestos madrileños denominados 'bajos', no precisamente por su posición social, sino por emplazamiento en relación con el resto del casco urbano contemporáneo, por razones topográficas en suma."
Cierto es que la expresión barrios bajos se ha empleado y se emplea en un sentido despectivo totalmente injusto y falto de veracidad, porque si bien no puede negarse que en su origen estos andurriales, situados en un extremo de Madrid, albergaron "establecimientos insalubres, incómodos, peligrosos y mal considerados. Así, la calle de la Arganzuela fue llamada también de la Mancebía. La presencia del matadero del Rastro justificaba las denominaciones de la calle del Carnero, animal que en gran medida allí se sacrificaba para el consumo local, y de "las Velas", que con el sebo de aquellas se fabricaban. Tras de haber permanecido durante generaciones en lugares que ya se habían hecho más céntricos, allí se hubieron de establecer las incómodas tenerías que utilizaban los curtidores. Con la posible excepción de algunas personas acomodadas o de un ingenio destacado (Juanelo), la mayoría de los habitantes ejercía artesanías y oficios humildes. Calle del Bastero, calle de los Cabestreros y los que allí existían eran establecimientos bien modestos; calle del Mesón de Paredes, Calle del Ventorrillo, Calle del Tribulete, etc.
Poco a poco el carácter, el ambiente, el aire del Rastro fue transformándose hasta adquirir el actual. Pero esta transformación no ha terminado. Puede decirse que está en continuo movimiento. Diferencia va del Rastro que ha conocido uno en su juventud del actual. Este incesante cambio no afectó a su esencia, si fiel a su tradición, fidelidad que es a mi juicio lo que, en general, Madrid ha perdido.
Echemos un vistazo, porque no merecen más detenimiento, a las tres calles de Mira el Río Alta, Mira el Río Baja y Mira el Sol. Son tres calles humildes y oscuras. Las tres tienen la misma etimología. En unas lluvias muy copiosas y seguidas, que desbordaron el Manzanares, allá por los años del mil cuatrocientos, la gente decía desde estas alturas, que abarcaban dilatado horizonte ¡Mira el río! ¡Mira el río! Y cuando ceso el temporal de agua gritaron alborozadas ¡Mira el sol! ¡Mira el sol!


Placa de azulejos indicador de la
Calle de Carlos Arniches
Placa de azulejos indicador de la
Calle de López Silva
La calle del Carnero no nos dice nada y nosotros tampoco tenemos nada que decir de ella. Es una calle de relleno. En cambio conviene que nos detengamos en dos saineteros que fueron vecinos en el menester literario, esto es, en el costumbrismo de lo popular madrileño, parejos en el donaire, similares en el ingenio, hábiles pintores de tipos, creadores en parte del lenguaje que prendió en el pueblo, confundiéndolo con el de la inventiva popular. Estos dos escritores se llamaron José López Silva y Carlos Arniches y sus preclaros nombres rotulan hoy las antiguas calles del Peñon y de las Velas.  Y esta detención y atención que hacemos es debida no a su trazado y contenido, que es anodino y sin historia, sino a la resonancia de los nombres que les ha asignado con todo acierto el Ayuntamiento, notoriedad nacida en los barrios bajos, pero extendida no sólo por toda España, sino también por la América hispana.
Arniches y López Silva fueron los más insignes libretistas del género chico, entonces en gran auge, hoy desaparecido, y fueron asimismo los creadores de la intensa y extensa fama de los barrios bajos -López Silva tiene un libro así titulado-, cuya idiosincrasia supieron captar desde lo profundo de sus raíces a la punta de sus ramas.

Plaza del Campillo del Mundo Nuevo

Lindando con la ronda de Toledo, frontero a lo que fue fábrica del gas, ya trasladada de lugar hace mucho, se halla un espacio libre de construcciones al que no puede llamarse con propiedad ni plazuela, ni plaza, ni jardín, aunque participe de las tres denominaciones. El campillo del Mundo Nuevo. Nombre que reputo sonoro y bello. La leyenda de su origen tampoco es manca. En la calle del Peñón, hoy de Carlos Arniches, allá por los años del mil quinientos, existía en efecto un gran peñón de tierra que ocupaba buen espacio de su trazado y la chiquillería de los alrededores descubrió que detrás de las ruinas del peñón quedaba dilatado terreno, y recordando alguien el reciente descubrimiento de América, lo bautizaron el campillo del Mundo Nuevo.
Vista del edificio principal de la Plaza del Campillo ©Vizuete








Fuente: Madrid, 1979 (Espasa Calpe)